Crshhh

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A esas horas parecía que el papel se ondulaba bajo las sumas del ejercicio. Rebelde, indómito. Seis más ocho debían de ser catorce ¿o quince? El cuaderno de matemáticas era tremendamente aburrido, lleno de símbolos inventados por los mayores y que no tenían nada de interesante para ella. Quince, anotó después de puntearse los dedos de la mano uno a uno, debían de ser quince, y si no, que dejaran de bailar sobre el cuaderno esas malditas sumas iluminadas por el flexo de la mesa como verdaderas artistas sobre un escenario. ¡Bah! Con un poco de suerte la profesora no le pediría a ella que respondiera durante la clase. Eso era algo que no entendía, ya que pasaba horas y horas haciendo deberes para que después, entre los 26 compañeros de la clase, solo respondiera uno. Por probabilidad, tocaba responder unas dos veces por trimestre. Ella se sentaba en las últimas filas, discreta, junto a su amiga de siempre, Elena. Para que no las regañaran por hablar se pasaban papelitos, en alguna ocasión desafortunadamente interceptados por la profesora. Eran esquinas de folios usados, retales de las libretas de deberes o cualquier servilleta del comedor guardada en los bolsillos de la bata.

-En El Conejo de la Suerte, Álex ha besado a Laura.

Elena estaba loca por él. Paula trataba de quitarle importancia:
-Marc también es muy guapo –le respondía ella debajo acompañándolo con unos corazones irregulares.

-A mí me gusta, sobre todo, Álex -replicó.

-Pues a mí, este curso me gustan cuatro.

-Bueno, a mí tres. Pero Álex el que más.

-¡Elena, Paula! ¡Silencio! –les había interrumpido la profesora.

¿Diez más ocho? Esta era fácil, como todos los números redondos, se alegró. El dieciocho formaba una radiante pareja de baile bajo el enfoque del flexo. Con una música de vals de fondo, que a Paula se le había quedado en la cabeza del concierto de Navidad, ambas cifras giraban sin cesar sobre la pista del cuaderno, saliéndose de los márgenes, pisando a otras sumas, más feas.

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Adelante, atrás y giro. Como un disco rayado, de repente Paula oyó un crujir de papel. Crshhh. Como si el diez y el ocho se hubi eran tropezado con la punta de la libreta. Crshhh. Como si hubieran hecho una bola de toda la página. Crshhh. No podían ser ellos, números planos. Paula miró a su alrededor. Su padre siempre andaba apagando todas las luces.

-Para hacer deberes ya tienes suficiente con el flexo.

Así que la oscuridad flotante en el resto del cuarto dibujaba paisajes y figuras desconocidas sobre un mar de fondo pintado por la litera y el armario. Crshhh. ¿Se habría colado un ratón? Crshhh. El ruido, cada vez, más cerca. Instintivamente, Paula subió los pies que le colgaban de la silla. Se sentó como un indio. Crshhh. O eso era lo que decía la profesora que hacían los indios: sentarse así. ¿Habría ratones en el país de los indios? Crshhh.

La puerta estaba entornada, pero unos escasos centímetros le dejaban mirar en las profundidades del pasillo. Crshhh. Parecía tan hondo que incluso se veían tinieblas flotar entre las fotos de los abuelos. Crshhh.